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Consecuencias

EL ABISMO SOCIAL

En 2011, el Centro de Investigación Príncipe Felipe de Valencia cerraba 14 líneas de investigación y echaba a la calle a más de 100 empleados que llevaban años avanzando en proyectos científicos de vanguardia. Los científicos emigraron, unos al País Vasco, otros a Estados Unidos, una incluso se ha autofinanciado su campaña mediante crowdfunding, Como consecuencia, la Comunidad Valenciana ha perdido prácticamente todo su potencial científico, incluidos grandes avances en la lucha contra el cáncer.

Pero el Príncipe Felipe es sólo un ejemplo metafórico de qué le espera a todo el país cuando sus mejores empleados lo hayan abandonado. Actualmente, el Estado invierte una media de 70.000€ al año en cada estudiante de la universidad pública, una inversión elevadísima de la que España no sacará ningún provecho puesto que estos universitarios pagarán sus impuestos y promocionarán la innovación en aquellos países a los que emigren. Y es que la inversión en universitarios no es un mero gasto, como el ministro Wert quiere hacer ver: se estima que en apenas una década de trabajo, cada estudiante habría devuelto a su país el coste integro de sus estudios mediante el pago de impuestos. De ahí en adelante, toda aportación económica del universitario al país era ganancia neta, una ganancia necesaria para pagar las pensiones y ayudas a otros ciudadanos.


CON LAS ARCAS VACÍAS
Y es que otro gran problema de la emigración de los jóvenes es el envejecimiento de la sociedad española. Cada vez son más los ciudadanos que superan los 65 años de edad en nuestro país, y cada vez más longevos. Esto supone que hay que pagar unas pensiones que, si se carece de ciudadanos con empleo que paguen sus impuestos, no pueden sufragarse. Del mismo modo afectaría esto a la Sanidad pública, a los servicios sociales, a las pensiones por discapacidad y, en un macabro juego del pez que se muerde la cola, a la propia educación de la que vienen estos ciudadanos emigrados, ya que no podría invertirse tampoco en educación pública creando cada vez un mayor número de población escasamente formada.

 

          Joan Romero, geógrafo social, lo tiene claro: “Lo que habrá en España en unos años será un abismo social. Mientras los jóvenes formados cada vez son menos o emigran, los jóvenes que no tienen formación, como los que abandonaron el sistema educativo por el boom de la construcción, serán más y tendrán menos empleo, llegando a un nivel de paro insostenible y a una crispación ciudadana sin precedentes”. Y es que el sistema educativo, cada vez más caro debido a los recortes, apenas puede absorber a estos jóvenes que abandonaron sus estudios durante la última década y se encuentran ahora sin trabajo y sin formación. “Se van los que pueden, esos serán afortunados fuera, el gran problema que nos espera es qué hacer con los que se queden”, sentencia Romero.


          La crispación ciudadana, de hecho, ya ha empezado. A imagen y semejanza de Grecia, de quien parecemos seguir los pasos, ciudades como Valencia o Madrid han padecido durante los dos últimos años más protestas y manifestaciones que en los diez previos. Y uno de los colectivos más activos dentro de este sector crítico es, sin duda, el de los universitarios que no ven claro su porvenir, que llenan las redes frecuentemente con eslóganes como “No nos vamos, nos echan” o “Juventud Sin Futuro”. Reaccionan así ante un gobierno que vende su emigración como “emprendedurismo”, “impulso aventurero” o “movilidad exterior”, mientras ellos reivindican que lo único que quieren es poder realizarse en su propio país.


¿QUÉ PASA CON LAS UNIVERSIDADES?

Las universidades españolas, además, siguen sin progresar en la carrera por la excelencia que requería la Unión Europea. Jordi Serra, diputado de empleo por el PSPV en les Corts Valencianes, pregunta “¿De qué sirve que le den a la universidad pública una subvención por la excelencia si después no pueden desarrollar ningunas de sus propuestas para mejorar porque el gobierno les debe años de financiación?”. El empobrecimiento del sistema educativo y de la producción científica es también una consecuencia de los talentos que deciden irse en busca de países donde se les reconozca su labor, académica, pero también económicamente.

 

          De este modo, cada vez producimos menos contenidos académicos y España, que tiene un sistema universitario de considerable prestigio, sigue bajando en los rankings mundiales de la investigación. Es una tendencia que predeciblemente seguirá así, dado que cada vez son más los recortes por parte del Estado a la investigación y a la educación.
 

MIENTRAS TANTO EN EL EXTRANJERO
Las consecuencias tampoco son siempre positivas para los emigrados. En los países de destino es difícil adaptarse a una sociedad y una lengua distintas. Aún así, una vez superado este primer peldaño, queda toda una escalera de dificultades para los jóvenes que van desde meros pasos técnicos, como la burocracia y la normalización de su situación, hasta complejas situaciones sentimentales como la frustración que produce que su situación no cumpla con sus expectativas de vida, la distancia con su lugar de origen o el sentimiento de no encajar en el de acogida.

 

          Además, los puestos de trabajo a los que acceden no son siempre los más idóneos. Tan sólo el 40% de los jóvenes emigrados españoles, según la embajada en Londres, tienen un empleo acorde a sus capacidades, mientras que el 60 restante se encuentra trabajando por debajo de su cualificación, generalmente en empleos de cara al público como tendero, camarero o recepcionista, a pesar de contar con un título universitario homologable. Aun así, el salario que perciben por esos empleos llega a veces a ser tan elevado como el que recibirían en España por ejercer la profesión a la que aspiraban, y en cualquier caso, la mayoría considera que es mejor trabajar allí por la cantidad que sea que quedarse en España sin hacer absolutamente nada.


Pero, ¿es esto irreversible? ¿No es posible aportar soluciones y traer de vuelta a nuestros jóvenes?

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